
CONVIVIR O NO CONVIVIR
Conozco a una pareja que son novios desde hace unos años, uno de esos curiosos casos de compañeros del colegio que se reencuentran años más tarde, ya adultos, y se enamoran.
Cenando con ellos, en el momento de las copas, entraron en un debate personal entre ellos (por no decir discusión) en el que nos planteaban a mi pareja y a mí el punto de inflexión al que habían llegado. Y si no nos lo planteaban, es lo mismo, comenzaron la dialéctica sin acordarse de que estábamos ahí, probablemente, como desahogo o vía de escape, una petición involuntaria de auxilio para salir de su bucle infinito sin conclusión.
Ambos desean casarse (el uno con el otro, por ahora) pero mientras que él quiere iniciar una convivencia previa al matrimonio, ella está firmemente convencida de que no precisa esa convivencia, está muy segura de sus sentimientos y de que ningún problema rutinario ocasionado por la vida en común bajo el mismo techo un día tras otro, le haría romper el matrimonio, además de que por sus convicciones religiosas y sus costumbres familiares, tiene la ilusión de realizar ese cambio de vida ante Dios y su familia, marcar ese cambio en su interior a partir del sacramento del Matrimonio.
Nosotros no queríamos ser consejeros, pero es evidente que dada nuestra situación, dábamos fe sin erratas de que la convivencia está genial, ayuda a conocerse realmente, otorga momentos de felicidad y también brinda ocasiones de discordia que alcanzan el surrealismo extremo.
Yo opino (y así se lo dije) que la convivencia previa puede ahorrar muchos disgustos en el futuro, desde luego, y está claro que uno va al cura a dar el "si quiero" sabiendo ya lo que lleva al lado, se supone. Pero eso no es garantía de éxito tras la boda, pues a fin de cuentas, el éxito o el fracaso de la vida tras el enlace matrimonial no depende tanto de lo vivido anteriormente como de la evolución de las dos personas en su fuero interno. Lo que hoy es una verdad absoluta para uno mismo, dentro de un año o de cinco, puede ser un pilar derribado por la experiencia vital, el desengaño o simplemente el cambio de valores, de cánones, la edad, las influencias exteriores, cambios de lugar, interacción con nuevas personas….
También opino que una persona con las fuertes convicciones que tiene esta chica, probablemente tendrá una percepción de las relaciones de pareja en la cual pesa más el compromiso, la búsqueda de la unión familiar, la vida acorde con sus creencias católicas y la armonía con las opiniones de sus padres, que también tienen que ver en el asunto (faltaría más, ya se notaba).
La cuestión es que, según él, al final es "el hombre el que tiene que terminar cediendo". Y digo yo "si te casas porque sientes que estás cediendo, no te cases", pero claro, no se lo podía decir así. Y tampoco podía decirle a ella "prueba la convivencia, que de verdad no se pierde la ilusión por casarse" (en fin, esto de la ilusión por casarse depende ya de cada una, jejeje, a mí ya me conocéis: vestido blanco y vals ¡vade retro!).
Al final se marcharon y no llegamos a ninguna conclusión, pero nos quedamos con mal cuerpo, porque parece que ninguno se baja de la burra: él sin convivencia previa no se casa y ella si convive pierde la ilusión por casarse porque su meta es hacerlo conforme a sus convicciones y lo que desde niña había querido.
Estoy convencida de que algunas personas no llegarían a casarse si convivieran antes con sus parejas y de que muchos que después se casan, lo hacen porque se les ha echado el tiempo encima y les "toca". Pero también estoy convencida de que aún viendo que la convivencia no es del todo armoniosa, mucha gente se casa pensando que eso cambiará, pero al final, no es así. Y también conozco parejas que se han casado sin convivir antes, porque así lo han deseado y que luego siguen siendo felices a pesar de descubrir nuevas cosas que no les agradan.
Creo que los principios y valores fundamentales de la otra persona se ven claramente sin necesidad de vivir bajo el mismo techo, que la convivencia lo que te revela es el carácter más carnal y humano de tu compañero/a, sus costumbres por así decirlo fisiológicas, horarios, manías, etc.…. Te sorprendes para bien y para mal y sobre todo, descubres que hay mucho, mucho que dar, mucho que hablar y que intentar comprender, muchas cosas que agradecer y otras que tolerar, es un contínuo conocimiento de uno mismo, que nunca se termina.
Pero tiene también algo de apuesta, porque uno no puede predecir cómo van a variar la mente y el corazón de la otra persona o el de uno mismo. Aunque también está claro que si ambas personas desean ser felices el uno con el otro, buscarán la forma juntos de darse lo que necesitan, de llegar a los puntos de encuentro en cada fase de la vida y de sopesar lo que realmente importa cuando los años pasan y el tiempo vuela.
Mi mejor conclusión por el momento, viendo cómo lo pasan otras parejas, cómo lo he pasado y lo estoy pasando ahora es que para ser feliz hay que: quererse y aceptarse a uno mismo, querer y aceptar a la otra persona tal y como es (y si no puedes quererla y aceptarla como es, no sigas adelante), dialogarlo todo aunque cueste la misma vida y tachar de tu diccionario las palabras, tan difíciles de eliminar "egoísmo", "orgullo" y "mentiras".
Me apetecía compartir esta anécdota y, de paso, ejercitarme un poquito para retomar mi participación en el blog.
Adriana