Bueno chicas, me ha encantado la grata bienvenida al club y que hayáis puesto comentarios a mi historia. Aquí os dejo la segunda parte, que espero que os haga pasar tanto o más miedo :)
Muchas gracias por todo
Raquel
SEGUNDA PARTE
Esa imagen me ha perseguido en mis sueños durante todo este tiempo, a pesar de que aún hoy quiero pensar que todo fue una alucinación, un efecto colateral de la sutil mezcla del sueño, el cansancio y el tener unos ojos miopes que en la oscuridad a veces te traicionan. Pero después de aquello, el sólo circular por una carretera solitaria me producía taquicardias y sudores fríos, y cada vez que veía un animal atropellado en una vía, pisaba a fondo el acelerador para pasar lo más deprisa posible por aquella zona, sin mirar ni siquiera alrededor, y hasta que no estaba a un kilómetro de distancia o más, no me abandonaba el miedo ciego e irracional que se apoderaba de mi cuerpo.
Creo que me pasé los tres días que duró el curso completamente ausente y con la mente enturbiada, porque continuamente me venían a la cabeza imágenes horripilantes en las que le ponía cuerpo a lo que había visto aquel día, o había creído ver. Tuve, sin embargo, la previsión de asegurarme que para el viaje de vuelta dos de mis compañeros vinieran conmigo en el coche, porque me daba pavor volver sola, y aunque di varios rodeos para dejarlos en sus casas, incluso creo que les di las gracias por acompañarme. Supongo que algunos se dieron cuenta de mi comportamiento alterado y en ocasiones errático, pero afortunadamente, en los días posteriores volví a ser la misma, al menos, de cara a los demás.
Lo que sí cambió en mi vida fue que me aterraba conducir sola. Antes, el hecho de montarme en el coche y pasear por la ciudad, incluso si era de noche y llovía, era todo un placer. Ahora, se había convertido en una maldita penitencia que siempre que podía evitaba. Incluso llegué a modificar algunas rutas habituales en mis quehaceres semanales, evitando zonas aisladas, carreteras nuevas y barrios periféricos. Era una locura, pero acabó siendo casi como una manía personal, una característica con encanto.
Pasó mucho tiempo sin que volviera a ver algo en la carretera, ni siquiera una mancha como testigo mudo de alguna rata atropellada, y más o menos las aguas volvieron a su cauce. Mi vida seguía siendo el mismo caos hilarante que había sido siempre, y eso me gustaba.
Pero todo cambió de nuevo seis meses después. Un viernes por la noche, me invitaron unos amigos a cenar en su casa. Me las prometía muy felices porque intuía que la velada acabaría convirtiéndose en una sucesión interminable de relatos de batallitas juveniles y un montón de risas viendo viejos vídeos, regados con mucho alcohol; por lo que tuve la previsión de llevar una botella de vodka para animar y me dirigí allí con la mejor de mis sonrisas.
La noche fue casi lo que podría decirse perfecta. Hacía tiempo que no me reía tanto y casi por un momento olvidé todos los pensamientos nocivos que me invadían y me dejé llevar por el entusiasmo. Hacia las cuatro de la mañana, decidimos dar por terminada la fiesta y volver cada uno a su casa. Creo que todavía sonreía cuando me metí en el coche y arranqué.
Hacía una noche espléndida. Daban ganas de quedarse en la calle, disfrutando del buen clima. Quizá por eso, me invadió el optimismo y en lugar de dar mi habitual rodeo por callejuelas céntricas para ir a casa, decidí tomar la carretera nueva que conducía directamente desde donde me encontraba hacia allí. Bajé la ventanilla para disfrutar el aire fresco de ese mes de Marzo que acababa de empezar y estaba siendo inusualmente cálido, y emprendí la marcha. Por esa ruta, en condiciones normales, habría tardado unos cinco minutos en llegar a mi destino, sin embargo, esa noche tardé un poco más.
Me incorporé a la avenida, que estaba solitaria, y disfruté de la novedad del recorrido. Después de 100 metros, encontré una glorieta, que con una indicación muy clara, me mostraba la dirección a seguir. Así daba gusto. En cuanto tomé la salida que me correspondía, supe que algo iba mal. Sentí la misma sensación que te embarga en los momentos previos a una tormenta eléctrica, pero más acusada. Y entonces lo vi.
Había un coche atravesado en mitad de la avenida.
Muchas gracias por todo
Raquel
SEGUNDA PARTE
Esa imagen me ha perseguido en mis sueños durante todo este tiempo, a pesar de que aún hoy quiero pensar que todo fue una alucinación, un efecto colateral de la sutil mezcla del sueño, el cansancio y el tener unos ojos miopes que en la oscuridad a veces te traicionan. Pero después de aquello, el sólo circular por una carretera solitaria me producía taquicardias y sudores fríos, y cada vez que veía un animal atropellado en una vía, pisaba a fondo el acelerador para pasar lo más deprisa posible por aquella zona, sin mirar ni siquiera alrededor, y hasta que no estaba a un kilómetro de distancia o más, no me abandonaba el miedo ciego e irracional que se apoderaba de mi cuerpo.
Creo que me pasé los tres días que duró el curso completamente ausente y con la mente enturbiada, porque continuamente me venían a la cabeza imágenes horripilantes en las que le ponía cuerpo a lo que había visto aquel día, o había creído ver. Tuve, sin embargo, la previsión de asegurarme que para el viaje de vuelta dos de mis compañeros vinieran conmigo en el coche, porque me daba pavor volver sola, y aunque di varios rodeos para dejarlos en sus casas, incluso creo que les di las gracias por acompañarme. Supongo que algunos se dieron cuenta de mi comportamiento alterado y en ocasiones errático, pero afortunadamente, en los días posteriores volví a ser la misma, al menos, de cara a los demás.
Lo que sí cambió en mi vida fue que me aterraba conducir sola. Antes, el hecho de montarme en el coche y pasear por la ciudad, incluso si era de noche y llovía, era todo un placer. Ahora, se había convertido en una maldita penitencia que siempre que podía evitaba. Incluso llegué a modificar algunas rutas habituales en mis quehaceres semanales, evitando zonas aisladas, carreteras nuevas y barrios periféricos. Era una locura, pero acabó siendo casi como una manía personal, una característica con encanto.
Pasó mucho tiempo sin que volviera a ver algo en la carretera, ni siquiera una mancha como testigo mudo de alguna rata atropellada, y más o menos las aguas volvieron a su cauce. Mi vida seguía siendo el mismo caos hilarante que había sido siempre, y eso me gustaba.
Pero todo cambió de nuevo seis meses después. Un viernes por la noche, me invitaron unos amigos a cenar en su casa. Me las prometía muy felices porque intuía que la velada acabaría convirtiéndose en una sucesión interminable de relatos de batallitas juveniles y un montón de risas viendo viejos vídeos, regados con mucho alcohol; por lo que tuve la previsión de llevar una botella de vodka para animar y me dirigí allí con la mejor de mis sonrisas.
La noche fue casi lo que podría decirse perfecta. Hacía tiempo que no me reía tanto y casi por un momento olvidé todos los pensamientos nocivos que me invadían y me dejé llevar por el entusiasmo. Hacia las cuatro de la mañana, decidimos dar por terminada la fiesta y volver cada uno a su casa. Creo que todavía sonreía cuando me metí en el coche y arranqué.
Hacía una noche espléndida. Daban ganas de quedarse en la calle, disfrutando del buen clima. Quizá por eso, me invadió el optimismo y en lugar de dar mi habitual rodeo por callejuelas céntricas para ir a casa, decidí tomar la carretera nueva que conducía directamente desde donde me encontraba hacia allí. Bajé la ventanilla para disfrutar el aire fresco de ese mes de Marzo que acababa de empezar y estaba siendo inusualmente cálido, y emprendí la marcha. Por esa ruta, en condiciones normales, habría tardado unos cinco minutos en llegar a mi destino, sin embargo, esa noche tardé un poco más.
Me incorporé a la avenida, que estaba solitaria, y disfruté de la novedad del recorrido. Después de 100 metros, encontré una glorieta, que con una indicación muy clara, me mostraba la dirección a seguir. Así daba gusto. En cuanto tomé la salida que me correspondía, supe que algo iba mal. Sentí la misma sensación que te embarga en los momentos previos a una tormenta eléctrica, pero más acusada. Y entonces lo vi.
Había un coche atravesado en mitad de la avenida.
¡¡Aaarrrrgggggghhhh!! me tienes acongojada, anonadada, mirando a todos ladosss so malaaaa. Que intriga, de verdad, que se me coge un pellizco en el estómago . . de aupa.
ResponderEliminarBesosss mil.
TIaaa, te kiero tacoooo!!
ResponderEliminarDios, me tienes con el alma en vilo...y deseando leer la 3º parte.
un besazo muy fuerte
Elena G.
Y yo que tenía miedo a los papeles que tengo encima de la mesa... Ahora me parecen una salvación, con tal de no seguir leyendo este terrorífico relato!!! Madre mía, pega ya los restantes capítulos! Que no sé si al cruzar la glorieta ha visto al monstruo o al finlandés borracho que se parecía a Elton John del Viernes pasado...
ResponderEliminar(¿Te he dicho ya que me gusta tu estilo?) Besos.