jueves, 20 de noviembre de 2008

Happy moments


Tengo un resfriado de cojones y llevo dos días saliendo de casa solo para lo imprescindible. Comprenderéis que para un culo inquieto como yo, esto supone un sacrificio nada fácil de realizar.

Sin embargo...

Me encuentro muy a gusto en casa, y quiero hacer apología, por una vez, de la felicidad cotidiana. Las mismas paredes que a veces parecen encerrarme y ahogarme son las mismas que me acogen día tras día. Son las que ahora me resguardan de ese viento frío que hay fuera y del chaparrón de anoche.

La lámpara del salón, aunque no me gusta, es la que ilumina esas escenas familiares en las que estamos, como hoy, mi padre y mi madre sentaditos juntos y yo pululando con un trapo en la mano quitando el polvo (esto de andar yo en plan maruja no ocurre a menudo, es solo porque como no puedo salir, me desahogo así).

Y mi padre, sin ser consciente de ello, va poniendo bandas sonoras a estas tardes, y, por ejemplo hoy, suena Cat Stevens, pero otros días suenan Bruce Springsteen o Pink Floyd.

Mi hermana, si no está currando, suele andar por casa pensando en conceptos abstractos o formas de hacer texturas para entregar sus trabajos, y, si entras en su habitación, agradece una buena dosis de pajas mentales y creatividad absurda para apuntarlo en su cuaderno de artista. La última es crear un jabón gigante de dimensiones desproporcionadas, pero no me preguntéis qué quiere decir con eso, porque no lo sé. Yo solo me meto mucho con ella y con su "Yo interior de artista". La tía, como es genial, en vez de enfadarse se descojona (por eso nos llevamos bien. Si fuera otra, nos tiraríamos de los pelos, porque soy un poco quemasangre).

Y así yo me voy sintiendo segura y feliz, aunque no sepa dónde acabaré trabajando, ni si me irán las cosas como deben ir en el amor, ni todas esas cosas por las que me angustio y lloro a veces como si fuera María Magdalena.

Lo que quiero transmitir con este post es que, aunque a veces no me lo crea, yo soy feliz.

Lo soy a pesar incluso de que estemos en el tedioso mes de noviembre, no haya horas suficientes de luz solar, y el tiempo esté feo. A pesar de que eche de menos a personas que ya no están, como son mis abuelas, o de que tenga un resfriado como éste que no me deja ni respirar.

Y, para mi bien, se me han apagado un poco mis deseos viscerales de dar una patada a todo y hacer un cambio radical. Quizás todo esto viene porque tengo en perspectiva realizar un curso (no sé si me cogerán), pero es curioso cómo un pequeño plan puede devolverte el punto de vista que necesitas para mirar tu vida desde el prisma que se merece.

Un beso de la Happy Ana, que, a lo mejor, lo único que le pasa es que está bajo los efectos del Ibuprofeno.

5 comentarios:

  1. pues sí. no hace falta mucho para ser feliz, es una actitud.

    ResponderEliminar
  2. Anque a veces no nos demos cuenta o no queramos darnos cuenta y tengamos las cosas delantede las narices, las cosas simples, pequeñas y cotidianas son las que más felices nos hacen y no sabemos apreciarlas.

    ResponderEliminar
  3. La mayor felicidad está en las pequeñas cosas, nunca he dudado de ello: Un chocolate caliente en el sofá, una película que habías visto de pequeña, una tarde de confidencias con una amiga... Os recomiendo que vayáis a un puestecillo de chucherías algún día y compréis una bolsa de peta-zetas, y os lo coméis tan tranquilas por la calle!!! Ay qué gusto!

    ResponderEliminar
  4. Di que sí, tu post me ha despertado de nuevo las ganas de ser felíz, no es que sea infeliz, pero llevo una semanita muy regu, en la que el horizonte lo vislumbro oscuro, a ver si entre tu post y que es viernes, la luz me ilumina de nuevo. Besitos Happy Ana.

    ResponderEliminar
  5. Estoy totalmente de acuerdo con los comentarios de mis friends.Hay que buscar la felicidad en las pequeñas cosas de la vida, mientras esperas que lleguen LAS GRANDES COSAS...

    E.G.

    ResponderEliminar