viernes, 21 de noviembre de 2008

LOS MERODEADORES (CUARTA PARTE)

La cuarta parte, y la cosa se calienta... Espero que os guste. Gracias de nuevo por todo, sois geniales :)

Raquel

CUARTA PARTE

Un pie enfundado en un raído calcetín gris, que asomaba débilmente entre la hojarrasca fue todo lo que pude ver, porque el resto del cuerpo al que pertenecía estaba sepultado en la frondosidad, y por mí podía seguir allí para siempre. Sólo un pie, y esos gorgoteos, esos gruñidos y el inconfundible sonido de la carne al ser desgarrada. Si me quedaba alguna duda de si aquellas abominaciones auditivas estaban causadas por el tripulante del vehículo, nuevos gruñidos y chasquidos se unieron a los anteriores y comenzó a haber más movimiento entre las ramas. Me inundó la boca un sabor metálico que ahogó el intento de emitir un débil gemido para tratar de comunicarme con el chico, mientras pensaba que lo que oía no podía ser un sonido de este mundo. Mi mente no podía concebir unas fauces llenas de lodo antediluviano devorando carne muerta y sangre coagulada. No podía ser verdad.
Y sin embargo, el brillo de unos diminutos ojos en la oscuridad bastó para despertarme del estado casi hipnótico en el que estaba entrando, y corrí. Corrí como hacía tiempo que no lo hacía, hacia el coche. Arranqué y di la vuelta tan rápido que a punto estuve de empotrarme con la misma hilera de adoquines causante de la carnicería que había escuchado. En mi violento giro, el coche derrapó y lanzó diminutas partículas de grava en todas direcciones, como un surtidor enloquecido. En cuanto recuperé el control y la dirección, pisé a fondo el acelerador y me lancé en una frenética carrera como alma que lleva el diablo, en busca de civilización.
Creo que estuve más de dos horas circulando por el centro de la ciudad, viendo gente en las terracitas, saliendo y entrando de locales de copas, de restaurantes, gente ajena al horror que aguardaba en las cunetas, en los arcenes, a pocos metros de donde ellos se divertían. Llamé a unos cuantos amigos que sabía estarían despiertos a esas horas para charlar, pero llegó un momento en el que no me quedó otro remedio que volver a casa. Sola.
Di gracias por vivir en una zona más o menos transitada, y por supuesto, tomé el camino donde sabía que encontraría más tráfico. Suspiré ruidosamente al cerrar la puerta de mi casa tras de mí. De pie, sintiendo las formas frías y metálicas del pomo en mi espalda, fui dejando laxas las piernas hasta caer de rodillas, y comencé a llorar. Lloraba por mi cobardía, por la rabia contenida, por el hecho de no poder o no saber enfrentarme a lo que me estaba ocurriendo, por no poder contárselo a nadie sin que me tacharan de loca y con una sonrisa me recomendaran a un psiquiatra. Lloré como hacía tiempo que no lo hacía, hasta que la cabeza comenzó a estallarme de dolor.
Terminé la noche con un cóctel de fármacos y alcohol, y me metí en la cama. Dormí toda la noche hasta las diez de la mañana del día siguiente, pero tuve sueños en los que me desperté más de una vez gritando.

Los días siguientes estuve pendiente de las noticias locales y pregunté por la zona para saber detalles del suceso que viví aquella noche. Por lo visto, encontraron un coche siniestrado vacío con restos de sangre en su interior, una zapatilla deportiva, y nada más. Yo sabía que nunca encontrarían a nadie, pero supongo que la policía organizó batidas de búsqueda, sin resultado alguno. No quise saber el nombre del chico, que era el único ocupante del vehículo, para intentar desligarme emocionalmente de lo que ocurrió aquella noche, para creer que todo fue un sueño, una película demasiado real.

Después de aquello, estuve dos meses sin coger el coche, a pesar de que el transporte público de la ciudad era bastante deplorable. Continuamente daba pobres excusas a mis conocidos para justificar la falta del vehículo, y creo que llegó un momento en el que comenzaron a sospechar que algo raro ocurría.
Poco a poco, a medida que el tiempo fue pasando, el miedo comenzó a desaparecer de mi vida diaria, y llegó un momento en el que, con mis rodeos habituales y mis manías de reciente adquisición, conseguí poder conducir de nuevo. Sin embargo, nada fue como antes, a pesar de que no volví a verlos ni a tener ninguna señal de su presencia. Seguía acelerando a fondo cuando vislumbraba alguna forma aplastada en el asfalto, sin mirar siquiera para no tener detalles, y mientras duraban esos momentos, mis pulmones eran incapaces de expandirse para captar aire.
Mi vida apenas cambió en lo demás. Ascendí de puesto en mi empresa y pillé a mi novio en nuestra cama con la cajera del supermercado. Pero todo aquello sólo me supuso un estado de alteración transitorio. Había aprendido a ver las cosas de otra manera, a valorar la vida en su estado más puro, y trataba de exprimir cada nueva experiencia agradable al máximo, intentando sacar cosas positivas hasta de los momentos más miserables.

1 comentario:

  1. Ay ay como me has tenido hasta esta cuarta parte, acongojada tela marinera. Chica el suspense lo mantienes hasta el final.
    Eres mi ídola del suspense que se quite Alfred Hitchcock que aquí llega SUPER REICHELLL.
    Me ha encantado, en serio.

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