martes, 25 de noviembre de 2008

LOS MERODEADORES (QUINTA PARTE)


Aquí la cinco (y sin rima, por favor, que no tengo los orificios pa fandangos..jaja). Espero que os guste. Besitos!

Raquel

QUINTA PARTE

Llegó un momento incluso en el que me atreví a empezar a realizar viajes largos en solitario, comenzando por trayectos cortos a zonas conocidas y ampliando cada vez más el número de kilómetros a recorrer, siempre cuidando la ruta y evitando la oscuridad. Guardé el incidente del coche en un rincón de mi memoria al que siempre me prohibía el acceso y con el paso del tiempo, mi mente construyó una sólida barrera a su alrededor. Sin embargo, creo que nunca olvidé por completo el horror que había visto y oído. A veces me asaltaban recuerdos vívidos en mitad de una cena con los amigos, o en reuniones de trabajo, y trataba de desecharlos rápidamente de mi mente, antes de que ensombrecieran mi semblante y lo notaran los demás. Pero la vida seguía.
Llegó Mayo, y la cuidad bullía, como mis relaciones sociales. Empecé a verme con un chico con el que coincidía en la sala de descanso, aunque nuestras citas se resumían a algunas cenas y mucho sexo, ya que después de los últimos acontecimientos ni siquiera me planteaba pensar en algo más. Aun así, me sentía bastante bien conmigo misma. Creo que ese fue el mes del año en el que menos tiempo pasé en casa. Me apunté a un grupo que hacía senderismo los fines de semana y además, no había fiesta temática, concierto o salida de copas que no contara con mi presencia, de tal forma que, al final de mes, me sentía física y mentalmente tan agotada que sólo pensaba en estar durmiendo dos semanas seguidas.
Un domingo de Junio, repuesta ya de algunos excesos, me encontraba en casa empacando algunas cosas en la mochila. Acababa de recibir una llamada de unos amigos para realizar una ruta por un parque natural que estaba a unos cien kilómetros. Quedamos en reunirnos todos en el comienzo del camino, un museo cinegético donde conseguir mapas detallados a las diez, así que, mirando el reloj y viendo que marcaba las nueve y catorce, debía darme prisa.
Él dormía en la cama. No quise despertarlo porque no había necesidad de hacerlo. Le dejé una nota encima de mi libro de Noah Gordon informándole de mi partida y de que tenía de todo en la nevera para pasar el día. Me senté en una esquina de la cama y lo miré, curiosa y extraña a la vez, mientras observaba su pecho subir y bajar debajo de las sábanas y sus labios levemente entreabiertos exhalando ruidosamente. Lo miraba con la expresión de quien descubre por primera vez un insecto extraño, una rara formación geológica, una escultura que no se sabe lo que representa.
Sonreí al pensar que en ese momento no daba la apariencia de ser el animal insaciable en el que se transformaba en la cama, y poco a poco, mi sonrisa fue convirtiéndose en una expresión de hambre voraz a medida que pensaba en las posibilidades de la imagen que tenía delante. Salí de la habitación para llamar a mis amigos y avisarles de que llegaría un poco más tarde y los alcanzaría en la ruta. Cuando volví a entrar, directamente metí la cabeza debajo de las sábanas hasta toparme con lo que me interesaba.
Salí de mi casa a las dos con una expresión triunfal en mi cara y la mochila llena. Había quedado en reunirme con mis compañeros en una zona de descanso intermedia en la ruta, a la que podía accederse en coche, para comer todos juntos. Calculando bien el camino, en menos de una hora estaría allí.
El día era espléndido. El azul del cielo contrastaba con lejanos cirros hilados y el brillo de un sol cegador. Circulaba por una carretera comarcal bordeada por un pequeño bosquecillo de pinos y alcornoques, y a ambos lados sólo había inmensas llanuras verdes. Había pasado el último pueblo hacía diez minutos y me quedaban unos veinte para llegar a mi destino. Hacía rato que no me cruzaba con ningún coche, pero en esa zona y a esas horas era perfectamente normal. Estaba tan satisfecha con el transcurso de mi día que me permití una licencia y pisé el acelerador, superando el límite de velocidad en 50km/h, mientras en la radio sonaba mi Cd favorito y cantaba a voz en grito, asustando a los pájaros que pudieran escucharme. Por primera vez, estaba volviendo a disfrutar del placer de conducir.
De repente, como salido de la nada, un conejo apareció corriendo por la carretera. Estaba desorientado, y en lugar de atravesar la calzada, se puso a correr en círculos por ella. Daba la impresión de que estaba siendo perseguido por algún depredador, porque tenía una expresión enloquecida. O eso, o es que tenía la rabia.
Comencé a tocar el claxon alarmada y pisé el freno con tanta brusquedad que desplacé la alfombrilla del reposapiés hacia delante. El animal, en lugar de apartarse, siguió corriendo por la carretera describiendo elipses irregulares. No podía esquivarlo, estaba demasiado cerca. Lo iba a atropellar.
Di un brusco giro del volante hacia la derecha y perdí el control. Sólo recuerdo dar vueltas en el coche mientras todas las cosas dentro de él giraban y giraban como en un caleidoscopio diabólico. Y después, la oscuridad.

4 comentarios:

  1. Obviaremos las rimas como bien dices para continuar con esta intriga d vaivenes que nos da LOS MERODEADORES en todas sus entregas.

    Me encantan tus relatos, escribes muy bien. Ya tienes un fan indondicional.

    Ciao.

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  2. Gracias guapaaaaaaa!!!
    Tranqui que me animo a terminar los inconclusos con tu apoyo!!!
    Tengo una groupie! Tengo una groupie!! jajaja

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  3. Oye, lo de meterte debajo de las sabanas buscando lo que te interesa me ha molado...jajaj

    Enhorabuena, espero el siguiente capítulo con avidez.

    E.G.

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  4. Oye, que nos tienes sufriendo poniendo esto parte a parte... ¡Qué va a pasar a continuación?????


    Suéltalo, vamos!!!!

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