miércoles, 19 de noviembre de 2008

LOS MERODEADORES (TERCERA PARTE)


Chicas, aquí la tercera parte (y van tres). Me encantan vuestros comentarios, me animan a seguir escribiendo. Tengo algunos relatos por ahí coleando inconclusos y vuestras opiniones me ayudarán a terminarlos :) Os dejo con el terror y la intriga...

Raquel

TERCERA PARTE

Era un coche rojo, un modelo deportivo antiguo y con el frontal completamente destrozado. La avenida en ese punto se hacía de un solo carril para cada sentido, separados por un subterráneo flanqueado por adoquines de hormigón, contra los que el propietario del vehículo había chocado violentamente.
Creo que por unos momentos mi corazón dejó de latir, aterrada no sólo por la idea de lo que estaba viendo, sino por lo que no podía ver. A medida que aminoraba la marcha, miraba a ambos lados frenéticamente con la esperanza de ver algún coche. Pero nada, tan sólo lejanos edificios y ecos de alguna cafetería.
Me detuve a unos cinco metros del vehículo siniestrado y paré el motor. En el silencio de la noche pude escuchar los latidos de mi corazón y mi respiración agitada. Y mis pensamientos, que se movían entre el deber y el poder mantener mi propia salud mental.
Abrí la puerta del coche y exhalé un suspiro, mientras caminaba cautelosa hacia el punto problema. A medida que me iba acercando, comprobé el mal estado en que había quedado el coche, que por su aspecto, sin duda pertenecía a un chico joven. Estaba totalmente perpendicular a la carretera, con el morro destrozado a mi izquierda, empotrado en los adoquines, y la parte de atrás en el límite de la vía, a la derecha, casi engullida por unos arbustos que constituían la única cuneta, y que más abajo daban paso a una torrontera pedregosa. De nuevo miré en todas direcciones pero no se veía ningún coche, y las luces más cercanas eran las de emergencia del mío propio, así que seguí acercándome con lentitud. En el silencio de la noche casi estival, mis pasos resonaron en el asfalto como toques de péndulo premonitorios.
Me asomé con temor a la ventanilla del piloto, la más cercana, pero allí no había nadie. Tan sólo un rastro de sangre en los dos asientos y la evidencia de un fuerte impacto craneal contra el parabrisas, seguramente, debido a que el conductor no llevaba puesto el cinturón de seguridad en el momento del choque. Esto reforzó mi teoría de que sólo había una persona en el coche cuando se produjo el accidente. Intenté abrir la puerta, pero estaba bloqueada.
Siempre nos alertan en campañas de televisión de los riesgos de una conducción imprudente, con imágenes desgarradoras que dejan una impronta imborrable, pero creo que hasta que no nos encontramos frente a una escena como la que tenía delante no somos realmente conscientes. Por muchos detalles que te muestren aquéllas, siempre hay algo en lo que ves que le da el definitivo toque de realidad. En este caso, los detalles abrumaban por su cantidad.
Reaccioné como un resorte como debía de haberlo hecho hacía tiempo y cogí el teléfono para llamar a emergencias, comprobando con desesperación que no tenía cobertura. Aun así, podía efectuar una llamada al 112, pero entonces reparé en que sería mejor ver quién iba en el coche y en qué condiciones estaba antes de hacerlo. Entonces, me di cuenta de que la puerta del copiloto estaba abierta. Quizá el conductor había salido del coche, arrastrándose por allí. Rodeé el vehículo por la parte de atrás, notando algunas ramas rozar mis tobillos, esperando ver un cuerpo joven y malherido yaciendo al otro lado, tumbado boca abajo en el suelo manchado de sangre, pero allí no había nada.
Me asomé con una mezcla de pánico y sorpresa al interior del coche, con la absurda esperanza de encontrar a alguien en los asientos de atrás, pero de nuevo el vacío. Miré la pantalla del móvil, donde el visor que indicaba: “Sólo 112” parecía preguntarme “¿Vas a llamar o no?”. ¿Qué hacía? ¿Dar parte de un accidente en el que no había víctimas? ¿Buscar al accidentado por los alrededores? ¿Por qué narices no aparecía ningún coche? ¿Es que acaso estaba en la jodida carretera de la dimensión desconocida? Mientras me hacía estas preguntas miraba hacia todos lados con desesperación, y entonces vi algo asomando entre los arbustos tres metros más allá.

Era una zapatilla deportiva

Una Nike, de ésas con amortiguación en la suela y de apariencia mastodóntica, de color azul cielo. Una Nike solitaria que no presagiaba nada bueno.
Enseguida noté como mi pulso se aceleraba de nuevo. Podía sentir los latidos de mi corazón en la garganta mientras me invadía una sensación de irrealidad.
Me acerqué muy despacio, evitando hacer cualquier ruido al andar, con los brazos estáticos, rígidos, y la respiración contenida, hasta colocarme delante del origen de mis tensiones.

Poco antes de ver el pie con claridad, ya estaba escuchando los sonidos de masticación...

1 comentario:

  1. Tía tía tía Debo tía o sea tía de verdad - como dirían Los Morancos. Me va a dar un infarto o no se qué, este relato da más miedo que EL RESPLANDOR.
    Por fis, continúalo.
    Besos.

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