martes, 16 de febrero de 2010

Llegada a Indiana

Hola a todos!

Ahora mismo allí son las 4 de la mañana, pero aquí son las 10, y acabamos de comernos una tortilla de patatas (bueno, mejor dicho un revuelto de huevo con patatas fritas, fruto de seis manos tratando de cocinar a la vez el mismo plato), pero aun así, estaba muy buena y nos lo hemos pasado muy bien preparando la cena.

Como os decía en el anterior post, hay cosas que quería contaros. La primera es que, después de mi odisea para meterme en el avión, AL FIN! tuve una buena noticia, y es que el primer aviso que dio la sobrecargo fue "Sres. pasajeros, les informamos que la duración estimada de este vuelo será de 7 horas y 45 minutos, es decir, que tiene prevista su llegada una hora antes, así que buenas noticias para los pasajeros con vuelos en conexión". Como podréis imaginar, respiré muy aliviada.

Alivio que continuó con el aterrizaje, que llegó tal y como habían dicho, y que poco a poco, mientras esperaba una hora en la cola de inmigración, se iba diluyendo. ¿Y por qué? Porque me tocó el policía más lento de toda la aduana. Y encima, había una familia a la que le estaban denegando el acceso, y aquello no avanzaba, al contrario que las 10 colas restantes, que sí iban a buen ritmo.

Esto me llevó a hablar con mis compañeros de espera, es decir, tres italianos MUY GUAPOS y que hablaban español con los que estuve dilucidando qué cola sería la mejor para cambiarse. Al final, después de hora y pico, conseguí pasar la aduana (con otro policía, por supuesto.El que me tocó en un principio seguía a su ritmo), y me hizo las preguntas de rigor, me tomó la huella del dedo índice izquierdo y derecho, y me grapó en el pasaporte una hoja que tuve que rellenar y firmar jurando que no he secuestrado a niños, entre otras cosas, y sin la cual puedes tener problemas para salir del país.

Después, como iba perdidísima, me hice amiga de una negrita de mi edad guapísima a la que había visto discutir con un policía porque ella también iba a perder su vuelo a Chicago, y ambas dos nos ayudamos mutuamente a salir de aquél laberinto para encontrar el control (donde tuvimos que quitarnos los zapatos otra vez), y luego las puertas de embarque.

La azafata perdida
Cuando llegué a la mía no me lo podía creer. Estamos hablando de las 10 de la noche de España. Me senté e inspiré aire aliviada... Y cuando vi que la hora de embarcar llegaba y no nos decían nada, le pregunté a un negro que había allí trabajando qué pasaba. Su respuesta fue: se ha perdido una azafata, y hasta que no la encontremos no se puede hacer nada. Esta mañana la vieron pero ahora nadie sabe dónde está.

Creí que estaba de coña, y un pasajero joven que había a mi lado, indianense (y altísimo por cierto), me miró y nos descojonamos, pero no, no era broma. Nos metieron en el avión y el propio comandante dijo "estamos esperando a un miembro de la tripulación que se acerca en coche ahora mismo. Disculpen las molestias que esto pueda causarles". Y a los 20 minutos aparece una azafata rubia que no hizo nada durante el vuelo. Y por fin despegamos.

Inciso: Observé a los hombres que iban en el avión. Todos rebasaban con creces el metro ochenta (incluido un hombre sesentón), y TODOS tenían los brazos y el pecho súper desarrollados del gimnasio. Y todos, además, tenían pintas de macarras.

Llegada ¿triunfal?
Ya en Indiana (POR FIIIIIIIIIIIIIIIN) tras dos horas de vuelo (solo aquí conseguí dormir, en el de Madrid Filadelfia no pegué ojo), me rendí, porque me habían roto el mango de la maleta y no podía subirlo (y por tanto, no podía tirar de ella), y porque no encontraba el punto donde había quedado con N. Encima, una voz me llamaba por megafonía y no entendía dónde tenía que ir. Sabía que N. estaba con esa voz, y empecé a angustiarme, porque no paraba de dar vueltas (me hice daño en la mano de tirar de la maleta), y un moro con turbante amarillo y barba (no sé qué hacía allí), tuvo que ayudarme a bajar con ella por las escaleras mecánicas para no despeñarme.

Fue entonces cuando decidí usar mis armas de rubia desvalida y le pedí a un hombre de la oficina de US Airways que llamase al móvil americano de N. El tipo debió ver mi cara de cansancio, mi flequillo pegado a la frente, mi expresión crispada... Y amablemente llamó desde de la oficina. Y allí, a lo lejos, como una aparición, vi la silueta de N. acercándose a mí, y cuando lo tuve enfrente, hice esfuerzos por no echarme a llorar (sí, sí, es peliculero, pero volved a leed los dos posts juntos y entenderéis la tensión acumulada).

Él me abrazó, me dijo que estaba muy guapa y me besó. Ahí sí me sentí bien. Y ambos dos nos encaminamos hacia la zona donde venía a recogernos el minibús del hotel (ya no había buses para ir hasta West Lafayette y había que esperar al día siguiente).

Y aquí es donde viene lo gracioso. Tras esperar (¿cuántas veces se ha repetido este verbo a lo largo de los dos posts?) el minibús durante 10 - 15 min, aparece un negro de dos metros parecido a Morgan Freeman pero con el pelo blanco. Era graciosísimo, porque parecía que le hubiera nevado en la cabeza, y el tío era muy salao.

Animada yo por el reencuentro con N., y deseosa de hablar hasta con las piedras (no estoy acostumbrada a pasar tantas horas sin charlar con nadie), le pregunté que por qué a los de Indiana se les llama "Hoosiers" (existen varias explicaciones). Y lo dije así "husiers". El tipo empezó a reírse con unas carcajadas súper contagiosas, y me decía "I like the name you give us", y venga a reírse. Y cuando pudo parar, me dice "pero mejor llámanos huSHiers". Y entonces, N. cayó en la cuenta y me dijo "es que husier es el nombre de un bar erótico de por aquí, y también es como ellos dicen 'caballito'.

Total, que para decirlo perfecto hay que abrir un poco la "U" hacia "A", haciendo la "S" un poco "CH", y uniendo la "I" y la "E" en una "A". El resultado, para decirlo como un auténtico negraco de dos metros, es, casi, casi "hashars". Por cierto que me hizo una demostración de fuerza y se pasó volando la maleta de una mano a otra varias veces (y pesaba 22 kg).

Al final, N. y yo llegamos al hotel (donde una gitana americana, preñada, se estaba peleando con la dueña), y donde, a pesar de ser las 10 de la noche de allí (En España las 4 de la mañana), caí rendida, rendida en la cama tras una ducha reconfortante. Tan cansada estaba que N. intentó mantener una conversación conmigo y solo fui capaz de responderle incoherencias en sueños. Y entonces él se rió, apagó la luz, y me dijo "venga duerme, que falta te hace".





















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